¿Y ahora cuál es el cuento de Lucy?

10.07.2011 20:52

 

Sin que nadie lo notara, la profesora Lucy se perdió en el tiempo cuando el nuevo estudiante de la clase hizo su presentación ante el grupo diciendo que venía de la Costa: —¡Bueno, Séño, cómo empiezo: yomellamoCarloMarioNavarro y lo quepasaé que amipapáloacaban detrasladá pa estaciudá!...

Con sólo escuchar el acento y las palabras atropelladas del muchacho, el cajoncito de ese viejo recuerdo le quedó totalmente abierto: — ¡Oye tú, peleíta, te dije que te quitedejaí, que esa vaina no é pa sentadse, nomefriegue!

Lucy observó complacida cómo las mortales balas que salían de aquellos tiernos labios, se iban transformando en brillantes mariposas antes de hacer blanco en su corazón de niña. Por eso, mientras se retiraba lentamente del bote envejecido, guardó silencio y siguió pensando en lo que hacía algún tiempo le había enseñado su padre: Taganguilla era una playita llamada así porque además de ser pequeña, sus primeros pobladores fueron pescadores provenientes de Taganga; un hermoso asentamiento indígena, ubicado cerca de la ciudad de Santa Marta.

Eso lo confirmó cuando una tarde encontró a sus vecinos, amontonados observando a un cadáver que las fuertes olas habían vomitado sobre la arena caliente. —Es él, es él…—gritó de pronto una mujer— es mi primo Toño, el lanchero de Taganga que hace tres días se metió borracho al mar… ¡Pero carajo! ¿Cómo vino a buscarnos si Taganga está tan lejos? —Dijo asustado un pescador.

Casi al instante, tuvo que contener la emoción que le despertara el pensar en esa maravillosa infancia vivida junto al mar, porque ese día, al enterarse que la sala de cómputos estaría sola, los estudiantes le rogaron: profe Lucy, porfis, llévenos al salón de los computadores. Entonces, motivada por sus recuerdos, a la profesora se le ocurrió que esta vez, estarían navegando… y así lo hicieron.

A la mañana siguiente muy temprano fue citada a la rectoría, ya que algunos padres de familia habían llegado una vez más a poner sus quejas: ya era el colmo y no iban a permitir que esa profesora siguiera metiéndole ideas absurdas a sus hijos.

¿Y ahora cuál es el cuento de la profesora Lucy? ¿Cómo que la materia prácticamente no existe? Que todo es espacio vacío ocupado por energía; que el tiempo no es lineal, que un objeto puede estar en dos partes a la vez, que nosotros podemos atraer los milagros con solo pensar y desear las cosas? ¿Qué es eso de la física cuántica, que enseña que uno está donde quiere estar? 

Los padres venían buscando pruebas para hacer despedir a esta profesora y creían haber encontrado, ahora sí, un buen motivo: ¿Cómo que el día anterior sus hijos fueron a navegar y estuvieron en las playas de Santa Marta? ¿Que no cogieron pargos ni mojarras, pero sí pescaron sueños azules y caracoles rosados? ¿Cuál es ese cuento, que caminaron descalzos por la arena blanca y que jugaron largas horas frente al mar entre gaviotas, pelícanos y sirenitas encantadas?

Como ella misma navegaba con frecuencia en la red, la rectora trató de calmar a los airados padres de familia, por lo cual los llevó a la sala de informática y delante de los estudiantes les explicó que en internet hay un programa con señal satelital para mostrar a los usuarios cualquier sitio del mundo, donde las imágenes son tan reales, que cualquiera se puede llegar a sentir en el mismísimo lugar que está viendo a través de la pantalla. —Esto no es locura… es ciencia y tecnología— les dijo.

Para terminar de controlar la situación, la rectora preguntó a los estudiantes si era verdad que habían estado en esa sala recibiendo sus clases con la profesora Lucy. Ellos respondieron: —¡Claro que sí, doña Zoraida! ¡Ayer navegamos casi toda la mañana!

Mientras algunos padres de familia hacían comentarios sobre los asombrosos adelantos de la tecnología, los estudiantes cruzaban entre sí, miradas repletas de curiosidad. Cuando Sofía vio que Camilo sacó de los bolsillos de su pantalón unos caracoles rosados que encontró el día anterior en la playa de Taganguilla, asustada apretujó los labios, movió tímidamente varias veces de un lado a otro la cabeza y abrió de manera exagerada sus lindos ojos negros; así consiguió que su compañero guardara rápidamente una prueba fehaciente de los hechos.

Las convincentes explicaciones de la rectora y la nueva actitud de los padres de familia, tranquilizaron de momento a la profesora Lucy, la cual impaciente desde la parte de atrás del salón, los observaba a todos; pero de pronto, recordó con nueva preocupación, que ese día habían faltado a la clase, precisamente Gabriel, Carolina, Diego, Sofy y Mauricio, quienes se habían quemado las espaldas, los brazos y la cara. Muy seguramente estarían insolados, pues el día anterior se quedaron mucho rato caminando a pleno sol y poniendo a navegar sus barquitos de papel en la orilla de la playa.

 Yolanda Martínez Pérez. Docente.


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